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Pausa

Encontrar silencio en un mundo que no calla.



Desde la invención del primer reloj, empezamos a querer ganarle tiempo al tiempo exprimiendo cada segundo para no malgastarlo.

 

Pero lo cierto, es que el tiempo nos está haciendo perdernos a nosotros mismos.

 

Vivimos en una sociedad acelerada, queremos que todo sea más rápido, más efectivo y más fácil. Se muestran fórmulas instantáneas de todo: con meditaciones de un minuto, clases de yoga express, aplicaciones para leer libros en media hora o recetas en 5 minutos.

 

Herramientas que nos prometen hacer de todo, pero la verdad, es que nada bien.

 

Antiguamente las pausas hacían parte de la vida, las cosas llevaban sus propios ritmos y la espera se transformaba en una contemplación ineludible. La imaginación era nuestra fiel aliada, haciendo que esas esperas se volviesen en momentos interesantes: inventando dibujos en el cielo, creando figuras con servilletas, viendo el curso de un grupo de hormigas o simplemente mirándonos los zapatos.

 

Hoy en día parar no es una consecuencia, es una elección.

 

Tenemos que decidir deliberadamente no hacer nada y esta elección suele arrastrar mucha culpa, remordimiento y sentimiento de irresponsabilidad.

 

Si no hacemos, no producimos y si no producimos nos sentimos vacíos.

 

Nos han educado en el que más es mejor, pero no nos hemos dado cuenta de que más es menos atención a lo que ya tenemos. Hoy en día existen tantos estímulos y tantas posibilidades que lo difícil es quedarse y decidir ahondar en una sola cosa. Pero cómo bien dijo Antoine de Saint-Exupéry en El principito:

 

– El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.

La rapidez está bien para algunos momentos, pero no para todos. Las cosas que más nos llenan son a las que dedicamos nuestra energía, las que cultivamos con amor y cocinamos a fuego lento. Son aquellas que nos permiten parar en los procesos para seguir inspirándonos a través de ellos.

 

Necesitamos bajarnos de este tren acelerado en el que nos perdemos todo el camino.

 

En estos últimos meses he sentido que me estaba perdiendo la vida entre tanta distracción, en no saber parar y disfrutar de la sencillez de los procesos. Sentía que si paraba estaba dejando al vida pasar y curiosamente me di cuenta de todo lo contrario. Estaba dejando la vida pasar por no saber parar a disfrutarla.

 

Necesitaba ver a mi familia jugar sin pensar en mostrárselo nadie, leer sin intención de compartirlo, cocinar sin querer hacer la receta perfecta o pasear sin ir a ningún sitio.

 

Apagar el ruido externo y abrir paso a la vida que me estaba perdiendo.

 

Hoy en día tomar esta decisión no es fácil, pero es imprescindible para poder disfrutar de las cosas que realmente importan, porque menos es siempre más.

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